viernes, 2 de julio de 2010

Viento

Las cosas buenas pasan,
aceleradamente.
Tomamos conciencia de lo buenas que eran,
después, cuando quedan oscilando
levemente en el estante
del pasado de nuestra memoria autodidacta.
A veces queremos aferrar
los instantes que, incandescentes,
se evaporan ante nuestros ojos impotentes,
ante nuestras manos impasibles,
ante nuestro deseo no manifestado,
ante nuestra palabra impronunciada.
Somos frágiles, entonces.
En un punto instantáneo, no tenemos nada.
El mundo se quebró,
y ríos de magma pegajoso,
caliente, denso, impenetrable,
se desparrama por todos lados,
cambiando todas las apariencias,
que de sinceras, se transforman
en esperadas, comunes, ordinarias.
El amor se disipó,
junto con las cosas buenas,
como la niebla en la mañana.
Tu mano se alejó,
en compañía de tu mirada.
Tus palabras quedaron flotando
en el aire de mi casa.
¡Ellas duraron más que todo!
¡Ellas duraron más que nada!
Y aún así, en el capullo
vacío de mi aura,
Quedó un olor de amor nuevo,
que perfuma toda mi materia,
mi ropa, mis cosas familiares,
mis dibujos, mis letras, mis libros,
mi música, mis recuerdos guardados…
Un perfume que hace,
que todo sea distinto ahora
que sé que las cosas buenas existen.
Aunque a veces,
No duren casi nada.

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