miércoles, 7 de diciembre de 2011

Historias mínimas: Nadya



3-Nadya

Todavía  estaba oscuro, debía ser muy temprano. No se sentía casi ningún ruido en la calle, sólo el camión basurero, con su andar corto, su poderoso ruido lejano del motor, y sus frenadas chirriantes, acompañado de los silbidos de los municipales naranjas que hacían el trabajo. Escuchó con atención, no se escuchaban pájaros: estarían todos en sus nidos. -¿Qué hora sería? Tampoco sonó la alarma del celular: debía ser demasiado temprano para levantarse.

Pero su cabeza, llena de pensamientos obsesivos, era como un reactor mínimo y veloz, que giraba, giraba, tan rápido, sin darle tregua, alimentado por los pensamientos que, desde hacía dos días, la acompañaban.
Todo,-¿Todo?, hasta hace unos días, parecía estar casi perfecto. Era curioso como nos adecuamos a una situación, como si fuera eterna, como si se proyectara en el tiempo igual, congelada y en perfecto estado de conservación.

Dio otras vueltas en la cama: -¡Si pudiera dormir un ratito más!. El ruidito del reloj a pilas pareció crecer y crecer, como si fuera un monstruo transparente, latiendo en la oscuridad del cuarto. Decidió levantarse., mientras repetía un mantram de relajación que le enseñaron en su clase de yoga. Om-Namah-Shivaia….Om-Namah-Shivaia…..pero…la tranquilidad esperada, tardaba en llegar. Dudó por un momento si vestirse, se sentía cansada, pero igual decidió darse una ducha para sacarse la sensación de angustia que la cubría como un abrigo. Abrió la ducha, y enseguida el vapor lo invadió todo: fue agradable perder la consistencia mientras el agua corría por su piel enjabonada formando pequeños arroyos de espuma ligera. Por un momento su cerebro se calmó, disfrutando la placentera sensación de confundirse en la corriente milimétrica del agua caliente.

Frente al placard abierto, sin estar del todo allí, eligió un conjunto elegante, quizá si se vestía bien y se arreglaba un poco, su ánimo se contagiará y mejorará un poco su día: otro día desde que….y van  uno tras otro día en que los pensamientos atacan sin piedad, en que es un esfuerzo levantarse, comer, ir al trabajo, hacer las cosas cotidianas, como si su vida fuera una continuidad automática.

Mientras ponía la pava a calentar para hacerse un té, sintió sonar la alarma desde el dormitorio. Se dio cuenta que ya era de día, y de pronto, tuvo conciencia de todos los ruidos que la rodeaban: todos los autos con sus bocinas estridentes, las frenadas de los colectivos que se alargan, se alargan  agudamente, hasta perderse. Y todos los pájaros que ya se despertaron y forman una especie de coro desafinado. De fondo, el murmullo de la gente de la calle. Mientras sus pensamientos se agolpan desordenados pugnando por la supremacía, no se había dado cuenta de los sutiles cambios del comienzo de ese día, tan parecido a todos los días  de los últimos tiempos, en que su destino cambió.

A veces se preguntaba si las cosas que le pasaban sucedían porque ella, con su forma de ser y de hacer, las ocasionaba, o simplemente sucedían, y ella reaccionaba como podía, con sus pocos recursos con que contaba en su pequeño mundo femenino, que ella había construido, ahora creía, de manera insegura.

Mientras repetía en forma monótona el mantram, se arregló el pelo desordenado, se pintó un poco los ojos con sombra marrón iridiscente, un poco de polvo de maquillaje, y brillo de labios: se miró a sí misma en el espejo a los ojos: esa mujer, con una opacidad entristecida en su iris, era ella. Un misterio del universo. Un pequeño mundo mínimo en el infinito universo a lo largo del tiempo.

Tomó el ascensor y golpeó dos veces la puerta para que cerrara. Apretó el número 0 y se miró distraídamente en el espejo. Se arregló los labios en que el brillo había sobrepasado sus límites. Sus pasos retumbaron en el hall estilo art Nouveau lleno de espejos. Salió a la calle y el ruido la recibió con sus invisibles brazos abarcativos. El sol la encegueció por un instante, pero los olores de la mañana le dieron un poco de brío a su maltrecha voluntad: tomaré un taxi y me iré de compras al Shopping, como aconsejan en la Cosmopolitan. ¡Qué tanto!, se dijo. Nunca falto al trabajo, y me distraigo un poco en un mundo de fantasía.

Apenas traspasó la puerta automática del centro de compras, le pareció entrar a otro mundo. Todo brillaba allí. Los pisos increíblemente limpios, a pesar de las multitudes. Las barandas de las escaleras, de bronce antiguo, relucían. Estaba en un pequeño mundo perfecto dentro del mundo complejo de la ciudad. Las plantas artificiales, verdes, verdes con manchas, verdes con flores en armonía de color, acompañaban el recorrido horizontal por los laberintos de galerías comerciales. La temperatura era agradable, el calor de afuera no  penetraba en esta burbuja climatizada. La música funcional, leve y sin grandes contrastes, enmarcaba las conversaciones, mientras otra música, más fuerte, escapaba un poco de los comercios de música. Aquí y allá, el ruidito leve y tranquilizador del agua, de las pequeñas cascadas de las fuentes, daba la sensación de que se estaba en casa.

Nadya se entretuvo oliendo fragancias importadas, revolviendo en las góndolas de ofertas de las primeras marcas, probándose sandalias cómodas y estrafalarias, y se entretuvo mucho más en la librería, hojeando tantos libros que querría leer si es que su cerebro volviera a funcionar.

Con todas sus bolsas coloridas de papel, se dio cuenta que no había comido nada desde anoche: sintió hambre. El aroma del café del bar de planta baja la invadía llamándola sensualmente: se sentó en una mesa al lado de la cascada artificial, rodeada de pequeñas voces que provenían del patio de juegos, en el que, tantos padres y madres, lidiaban con sus pequeños hijos que corrían de acá para allá, provocando miles de ruiditos electrónicos en las máquinas que activaban, y que contrastaban con los ruidos secos de los inflables golpeados una y otra vez.

Por un segundo experimentó la falsa sensación que producen los edulcorantes: semejar azúcar, sin serlo, pero no obstante, servía para saciar las ansias de dulzura que provenían  de su interior profundo. El café con un tostado fue un buen paliativo: saborear un  café es el éxtasis, pensó, acariciando este pensamiento sobre todos los otros intranquilizadores.

Ya la tarde estaba acabando, cuando se animó a salir del Shopping. A pesar de las bolsas, decidió caminar, por la peatonal, todavía muy concurrida, todavía  acaparada por los vendedores ambulantes, con sus productos coloridos y sus voces rítmicas de oferta. Se sintió acompañada. Caminó despacio saboreando lentamente la tarde, y el sol que se filtraba indirectamente en los edificios, coloreando apenas la copa de algunos árboles y el remate de los edificios más altos. Respiró hondo. Se paró un rato a observar las piruetas de una murga. Después de todo, pensó, tengo que seguir viviendo. Y esto, como tantas otras cosas, no durará para siempre.

fin

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