miércoles, 7 de diciembre de 2011

Historias Mínimas: Julián




1-Julián

Cuando sonó la sirena de salida de la fábrica, a pesar que la había estado esperando, se sobresaltó. Ensimismado en sus propios pensamientos, no había notado qué rápido había corrido el tiempo. Como todos los días lo hacía, recorrió los cincuenta y tres pasos hasta el vestuario, dejó su overol, tomó su vieja mochila samsonite, testigo de mejores tiempos, se lavó las manos con contenida obsesión, se miró de reojo al espejo, y, mecánicamente se arregló un poco el pelo negro, grueso y desobediente. No le gustó el rictus de su boca, con los labios un poco partidos por el frío, pero se encogió de hombros y el soliloquio de todos los días volvió a empezar, ahora que su atención no estaba reclamada por el trabajo, que aunque monótono, el miedo a tener un accidente, lo hacía muy cuidadoso.

Cruzó los portones de hierro y malla de alambre,  y salió a la libertad húmeda de la calle de adoquines que seguía, en su fluido recorrido, al río. El río corría como  ayer, sin cambios a pesar de la tormenta de esta mañana. Tranquilo, formando apenas unas ondas al pasar los vapores o las lanchas, que no eran muchas a esa hora, de color entre gris y tierra, y con un sordo murmullo acallado por el  lejano batifondo del tránsito. No había mucha gente a esa hora. El cielo estaba todavía un poco nublado, y el sol se divertía formando líneas de colores vivaces en el horizonte irregular formado por las siluetas de edificios desdibujados y el follaje oscurecido de los árboles. Entre medio del conjunto de ruidos, se abrió paso una campana de alguna de las muchas iglesias que se encontraban cerca de la fábrica.

Julián suspiró. Sacó un gitanes  de su bolsillo interior, y le costó prenderlo con su encendedor ronson antiguo, pero que todavía funcionaba, ya que se había  levantado un vientito bastante fuerte. Aspiró el humo con placer, cuando se dio cuenta que, de pronto, se encontraba en una pausa de silencio. Solo el leve transcurrir del agua, y sus pasos que se escuchaban fuertemente en el vacío. Casi pudo escuchar su corazón, y la corriente furiosa de su sangre en las venas. Pensó en que, sin proponérselo, había parado de pensar por un momento. -¡si pudiera hacer que este descanso se prolongara tanto hasta que volvieran sus fuerzas!

Pero su deseo no se cumplió: Nítida, como una fotografía de gran nivel de resolución, apareció el rostro de Claudia proyectada en la pantalla que su cerebro armaba cuidadosamente. ¡Claudia! -¡Otra vez! Es que nunca, nunca, pensó, nunca me va a dejar su recuerdo vivir tranquilo. Claudia, su pelo rubio  y largo, apenas ondeado, como despeinado, sus grandes ojos oscuros, su boca fina y de contornos tan marcados. Y después crecía y se acomodaba en su pequeña o infinita pantalla: Claudia riendo, bailando, tomándole el pelo con su aquelarre de amigas estúpidas y sonrientes, frívolas y despreciativas. Claudia.

Un remolino repentino de hojitas de cedro se voló formando espirales delante suyo, llenándole los ojos de polvo. Aprovechó para llorar un poco. Pero luego lo pensó mejor, y se dijo a sí mismo que no podía ser tan maricón, ser tan pelotudo que no pudiera olvidar a una mina. -¡Qué carajo! Tengo que poder superarlo, tengo que buscar otras minitas. Hay tantas por ahí buscando algo, y yo suspirando como un romántico por alguien que no lo merece. Tanto esfuerzo por mostrarle tantas cosas importantes y valiosas, por enseñarle de a poco, mi experiencia novel como cocinero buscando siempre nuevos sabores, ampliando su mundo sensible, apoyándola para que se superara a sí misma en su carrera. Claudia. -¡Ojalá me olvidara de su nombre para siempre!

-¿Y ahora? -¿Cómo sigue la novela de mi vida? Las luces de los antiguos faroles se prendieron todas juntas, salvo la de la esquina, que hacía como dos semanas que estaba quemada. “No estoy segura de mis sentimientos, mejor nos damos un tiempo” -¿Tiempo para qué? “Porque yo estuve con alguien antes de vos, sabés, y ahora ha aparecido de nuevo y estoy confundida” -¡Qué te parece! La señorita está confundida. Y yo como un reverendo imbécil esperando unas migas. Capaz que estuvo conmigo porque estaba aburrida. Para pasar el rato. Y yo el mismo inocente estúpido que juego todo a una ficha sin  desconfiar ni un poquito. Y  aposté como un gil: todo mi capital, me rendí incondicional a su seducción mujeril. La verdad que ellas hacen lo que quieren con tipos como yo: lo que quieren. Nos dan un poquito de soga y ya creemos que somos dueños del universo, nos creemos que tenemos el anillo mágico que nos va a hacer felices para siempre, teniendo la mujer en casa, y nosotros, los hombres, ocupándonos del trabajo y las preocupaciones.

-¿Ya lo pensé? -¿Soy un gil?. De pronto, un perro corriendo por el puente, con un niño atrás, casi lo atropellan, sacándolo de sus disquisiciones. Primero se enojó, casi les grita, pero recuperando el equilibrio, se los quedó mirando mientras desaparecieron doblando la esquina. Pensó en su niñez, cuando todo estaba por hacerse. Cuando todo era posible. Ahora  no todo era posible. Ahora se habían reducido las oportunidades. Sintió frío y se cerró el saco de tweed antiguo, que antes hasta era abrigado. –Me tendría que comprar una campera livianita y abrigada, eso tendría que hacer. El viento le voló el sombrero que siempre llevaba puesto al salir de la fábrica y al recogerlo se dio cuenta que estaba todo despeluchado  y un poco viejo: ya era hora de jubilarlo y buscar otro. Al doblar y tomar el puente para llegar a la parada del colectivo, un viento frío lo terminó de volver a la realidad. Mientras cruzaba el puente, mirando fijamente el río, entre sus reflejos, apareció el rostro de Claudia, que se fue extendiendo suavemente en el agua, hasta que se convirtió en una estela de pequeña espuma.

El bus apareció con sus luces, sus fotos de publicidad coloridas y brillantes, y su chingui- chingui musical en su interior. Estaba lleno de gente amontonada, pero su recorrido era largo y se fue quedando más cómodo una vez que el colectivo chirriaba para frenar en las paradas, y en cada una dejaba dos o tres pasajeros. Mientras se entretenía mirando al infinito por la ventanilla, el rostro de Luciana, tan fresco e inocente, se le reveló sin querer en su memoria. Luciana atendiéndolo amablemente en el café, Luciana ofreciéndole pastel de limón, Luciana tratando de conversar con él a pesar de su reticencia. Luciana arreglada, demasiado para ser una mesera, como Amelie, pensó sin saber por qué. -¿Ves? Se dijo a sí mismo. Uno no se enamora de una Luciana, que lo ve a uno mejor de lo que es. No señor. Uno es un gil que se enamora de una Claudia que tiene pajaritos en la cabeza, y se siente Pigmalión tratando de hacer una dama profunda  de ella.

El bus se tambaleó un poco antes de parar en la esquina de su departamento. Se bajó un poco mareado, pero con alivio se dio cuenta que estaba cansado, y si estaba cansado, podría dormir. Pensó en el agua de la ducha, tan fuerte, corriendo por su espalda cansada, Aretha Franklin mientras tanto le cantaría sus canciones soul  que lo ayudarían a relajarse para descansar y poder, mañana, comenzar otro nuevo, otro igual, otro día como este, pero mejor. Se levantaría temprano, iría hasta el café de la paz,  escucharía  la melancólica música de bandoneón, y tomaría un café que le serviría Luciana,  Y tal vez…….

Fin





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