Nunca
pensé que un objetivo en la vida era la jubilación. He escuchado a mucha gente
conocida o no, colegas y amigos ansiar el momento de jubilarse. En realidad,
cada vez que escuchaba decir todo lo que iban a hacer cuando se jubilaran,
todos los planes que tenían, a mí se me hacía como un vacío en el estómago, y
simultáneamente pensar:-¿Cuáles eran mis planes? …Y un frío estremecimiento se
apoderaba de mí y de mi pensamiento absolutamente blanco: ningún proyecto se
asomaba ni un poco.
Mientras trabajé
en varias cosas, en general en trabajos que me agradaron mucho, no pensaba ni
remotamente que alguna vez esa situación terminaría y al fin me debería
…¡JUBILAR!. Así es que, poco a poco, fui
acostumbrando a mi reacio pensamiento a aceptar la idea sin tanto terror:
JUBILARSE ES PASAR
A LA SOMBRA DE
UNO MISMO…
JUBILAR:del latín jubilare: licenciar, eximir, relegar, desechar, alegrarse,
divertirse, gozar….
La
“Enciclopedia ilustrada de la Lengua
Castellana dice: JUBILAR: (del latín Jubilare), disponer que, por motivos de vejez, largos
servicios o imposibilidad, y por lo general con derecho a pensión, deje de
ejercer algún funcionario civil su carrera o empleo.//Por extensión, dispensar
a una persona, por razón de sus años o decrepitud, de trabajos o cuidados que
practicaba o eran de su incumbencia. // Desechar por inservible alguna cosa y
no utilizarla más.// Alegrarse, regocijarse.//Conseguir o lograr la jubilación.
Como
vemos los diccionarios pueden ser los libros más oscuros y ambiguos de dar
significados. Parece contradictorio que a la vez que algo significa desechar,
dejar de lado, por otro signifique alegría y júbilo, y que el origen de la
palabra sea el mismo de esta última.
Muchos
esperan con ansiedad el jubilarse. Otros no quieren saber nada de ello. Otros
simplemente se dejan atrapar por los acontecimientos, entre ellos, la
jubilación, que, por el simple transcurso del tiempo realizando un trabajo,
simplemente,…llega.
Y
es que la jubilación, o el retiro,
como dicen en otros lugares, marca el fin de una etapa y el comienzo de otra,
que es, bastante diferente a otras, y
muy importante en la vida.
Somos
arrojados al mundo, y sujetados en la red constituida por la familia,
cualquiera sea su constitución, los allegados, los que nos cuidan, velan por
nuestra supervivencia en los primeros años, y, sin querer, nos modelan en
costumbres que se manifiestan en cómo nos vestimos, lo que nos gusta comer, los
juegos, los hábitos frente a los otros, ajenos a nuestro pequeño grupo
primigenio. Después el grupo se va agrandando conforme crecemos y somos capaces
de realizar cosas por nosotros mismos: salimos un poco afuera, jugamos en la
calle o en la casa de otros, pertenecemos a un barrio, a un club, a una
pandilla, a una escuela. En esos nuevos ámbitos nos seguimos modelando. Claro
que no somos entes totalmente pasivos: podemos aceptar las reglas de los
grupos, podemos rebatirlas, reaccionar, rechazarlas….
Podemos
preguntarnos todo el tiempo. Puede ser que encontremos algunas respuestas.
Puede que algunas no las encontremos. Puede que algunas las dejemos para
después. Un después impreciso, que puede no llegar, que puede que posterguemos
indefinidamente…
Es
posible que, alrededor de la juventud,
la vorágine nos arrastre, y estemos tan ocupados que no tengamos tiempo
para estar con nosotros mismos, y nos cueste quedarnos quietos y callados para
pensar en estas cosas. En las cosas que pensamos desde que comenzamos a
vislumbrar como es todo: el mundo, los seres humanos, el universo, el tiempo,
la vida, las ideas, las religiones, dios, el amor, la muerte.
Cuando
estudiamos, o trabajamos, o nos casamos y tenemos hijos, parece que estas
cosas, quedan en segundo plano, en
suspenso, en pausa, pasan a una dimensión en sombra, porque la luz ilumina toda
nuestra vida activa. A veces, si somos afortunados y tenemos algún excelente
amigo del alma, podemos encontrar los pequeños espacios para hablar un poco de
estas…cosas…, para después volver a la vorágine de nuestra vida cotidiana.
Y
entonces…la vida nos absorbe con sus exigencias, conforme vamos modelando
nuestra existencia, desenrollando nuestras decisiones pequeñas o grandes:
estudiamos, trabajamos, conocemos otras
personas, nos casamos, tenemos hijos… A veces elegimos algunas cosas y dejamos de lado otras, a veces
privilegiamos el trabajo, o tener cierto “nivel de vida” o la familia, o el
“éxito profesional” o los hijos. A veces les damos a lo que elegimos un sentido
de misión… A veces tampoco tenemos el tiempo o no nos damos permiso para seguirnos preguntando,
y mucho menos para darnos algunas respuestas.
Mientras tanto, el tiempo transcurre, más ligero, más despacio, pero
transcurre.
Y
las preguntas que nos hacíamos quedan flotando levemente mientras estábamos
ocupados. Las soslayamos, y a veces hasta creemos que no tienen importancia,
que lo verdaderamente importante es lo que tenemos que hacer cada día. Otras
veces las mantenemos en suspenso, sabemos de su extrema importancia, pero nos
decimos que no tenemos el suficiente tiempo:-¡Son tantas las cosas que atender!
De
una forma u otra, llega el día del retiro. Si tuvimos la suerte de hacer un
trabajo que nos ha gustado, tanto como si no, nos llega la hora del retiro.
Puede
ser que llegue porque no queda más remedio, por la edad, por memorando, o porque lo planeamos cuidadosamente, llegar,
llega…
Algunos,
trabajan siempre pensando en la hora del retiro como el tiempo que podrán
disponer de su libertad, como el paraíso recuperado, como el momento de la
felicidad de no tener que trabajar más. Otros, a los que les gusta mucho el
trabajo, tratan de no pensar como se sentirán cuando se retiren, porque atisban
que va a ser muy difícil encontrarse en otra realidad: la de sí mismos en su
vida privada. Y es que el trabajo es muy importante: ocupa mucho tiempo de
nuestra vida y nuestros afanes, nos brinda la posibilidad de conocer gente,
hacer amistades y lo más importante es que nos hace sentir útiles. Mientras
trabajamos, somos, en mayor o menor medida, importantes.
Pero
un buen día, nos despertamos y ya no tenemos que ir a trabajar. Los horarios
que teníamos, ya no los tenemos. La rutina diaria se ha alterado: hay que
volver a armar la trama de nuestra vida diaria. Al principio gozamos de algunos
privilegios que antes nos privaban las obligaciones cotidianas: quedarnos un
poco más en la cama, andar por la casa en pijama a la mañana, dormir la siesta,
ver películas o televisión en horarios imposibles antes, salir cuando se nos
ocurra…….Pero luego nos aburrimos. Vemos que esos placeres pequeños no son lo
suficiente importantes para nosotros, que necesitamos algo más. Y comenzamos,
si tenemos algunas ideas, a planear otras cosas, otras actividades que podemos
hacer. ¡Si tenemos tanta pila todavía! Entonces, un poco racionalmente, un poco
a ciegas, comenzamos a buscar cauces para dirigirla y que se pueda utilizar de
modo constructivo, porque de otro modo es destructiva…
Entonces,
empezamos a pensar de nuevo en nosotros y en las preguntas que habíamos puesto
en pausa en nuestros años tan ocupados. Cada vez más fuerte escuchamos las
preguntas que nos hacíamos, antes, cuando faltaba tanto, tanto para jubilarnos.
Tomamos conciencia entonces que el periodo que nos espera no es fácil: ¡Es la
última etapa de nuestra vida! Nada menos…
Nos
guste o no nos guste, es nuestra última etapa. Que, como se dice en tantos
lugares, libros, publicaciones y recetas autoayuda, puede ser una etapa plena,
llena de riqueza, de nuevas experiencias, de goces exquisitos: pero no deja de
ser nuestra última, ÚLTIMA, etapa….. Y mejor no hablemos si hemos sufrido
descontento en nuestra vida productiva, o social o afectiva.
Jung
aclara, en Lo inconciente, que esta
etapa es como una adolescencia en cuanto a dificultad, pero con otras
características: “De aquí que para muchos
sea el tránsito de la fase natural a la fase cultural sumamente difícil y
amargo. Muchos se agarran de la ilusión
de la juventud, o por lo menos, a sus
hijos, para de esta manera salvar todavía un poco de ilusión. Se
advierte esto especialmente en las madres, ...y creen caer en un vacío sin
fondo….No es de extrañar que muchas neurosis se presenten al empezar el otoño
de la vida. Es una especie de segunda pubertad o segundo periodo de lucha, que
suele sobrevenir acompañado por todas las tormentas….La aguja del reloj, no da
vuelta para atrás; lo que la juventud encontró y hubo de encontrar fuera, debe
encontrarlo dentro el hombre llegado a su otoño.” La oposición, como la
llama Jung, nos vuelve a encontrar: consideramos de nuevo nuestros valores, a
veces elegimos los opuestos, a veces comprobamos nuestro error en nuestras
antiguas convicciones, reconocemos falsedad en nuestras anteriores verdades, y
experimentamos sentimientos contradictorios: lo que antes amábamos, ahora
cambia, y viceversa. Si aceptamos que existe una relatividad que tiene que ver con lo energético, que siempre se
basa en una relación de oposición, nos damos cuenta cuanta angustia genera este
estado.
Nos
damos cuenta que, por más bien que estemos, ya no somos jóvenes, y, a veces ya
pasamos de ser maduros….Que la vida cotidiana es difícil de remontar pues no
encontramos el lugar adecuado donde ubicarnos. Todo ello unido a una sutil
diferencia en cómo somos escuchados, respetados, consultados, ahora que no
hacemos “nada”, ahora que somos -¿qué? -¿Viejos? -¡Qué horror! Si no lo somos
ya, pronto seremos: -¡Viejos!, con todo, TODO,
lo que ello implica.
Cada
cual transitará esta etapa de modo diferente, ya que todos no llegan de la
misma manera a ella. Algunos más contentos, con la sensación de haber cumplido
nuestros deberes, algunos con objetivos de disfrutar lo que más se pueda,
algunos con viejos problemas no resueltos que los vienen a buscar otra vez,
algunos con una sensación de irrealidad se dejan llevar simplemente.
De
cualquier modo, estemos re contentos, un poco medrosas, prudentes o
nostalgiosos, nos vamos dando cuenta de varias cosas: el lugar que teníamos en
la red de nuestro mundo anterior se ha alterado muchísimo. Empezamos a formar
parte de otras que no habíamos ni reparado antes. Tenemos algunos privilegios,
con la sola presentación del carné. Pero….. Si somos un poco susceptibles, nos
damos cuenta que en algunos lugares no nos escuchan tan atentamente como cuando
formábamos parte de un staff. Nos damos cuenta que otros hacen nuestro trabajo
muy bien, y sentimos un poquito la sensación de estar desactualizados.
Algunos,
los que se preguntan demasiadas cosas, sobre todo si son “algunas” mujeres que
hemos hecho tantas, tantas cosas, mujeres que nos creíamos que teníamos que ser
perfectas, mujeres que atendíamos todas nuestras obligaciones sin saber bien
como lo hacíamos, empezamos a darnos cuenta que no sabemos muy bien lo que
queremos, y nos sentimos agobiadas por el paso del tiempo que nos apura: Ya no
tenemos tanto para derrochar, pero a la vez, si no pensamos claro, se nos
escurre. Otra vez el tiempo. Nos damos cuenta que en la sociedad hay modelos
para ser niño, niña, adolescente, joven, y adulto, mejores o peores, pero hay
para elegir. Pero no hay para ser –¿qué? -¿Viejos, tercera edad, ancianos? ¡Ni
locos! Somos personas con experiencia,
que aprendimos un montón de cosas antiguas que algunas veces todavía sirven,
que aprendimos muchísimas cosas nuevas para poder seguir participando, que todavía estamos
aprendiendo, que queremos seguir en el
juego hasta que nos vayamos definitivamente.
Porque
el juego no se acaba al jubilarse. Tenemos que fabricar el modelo de personas
que queremos seguir siendo en esta etapa. Queremos seguir teniendo una voz que
sea escuchada, entre tantas pavadas, opiniones sin fundamento, y frases sin
coherencia. Nos sentimos importantes, pero muchos no se dan cuenta de ello, y a
veces, tenemos que hacernos notar, sin que nos callen usando la palabra odiada
por lo que significa en esta sociedad de los medios que apuntan a lo joven..
Y
entonces puede sobrevenir el síndrome del
jubilado, que se puede reconocer por los siguientes síntomas:
- En los primeros tres meses después de la jubilación existe un estado de euforia: no hay que ir a trabajar, no hay horarios, parece que una ola de libertad absoluta nos rodeara. -¡Qué felicidad!
- Pasado este tiempo, una inquietud se apodera lentamente del jubilado: -¡Tengo que hacer algo de nuevo, algo importante, algo que tenga que ver con mis sueños, con lo que quiero de la vida. Y puede suceder que, como no se tiene claro muy bien qué es lo que se quiere, cunda el pánico, aparezca de vez en cuando algún pico depresivo o de tristeza, que el jubilado trata, heroicamente de no mostrar a nadie.-¡Qué embole!
- Paralelamente, un estado de súper-sensibilidad hace que por cualquier cosa nos enojemos, nos ofendamos, nos pongamos tristes, y actuemos como si tuviéramos doce o trece años de nuevo: Nos peleamos con los amigos de siempre, reaccionamos exageradamente ante cualquier reproche, o nos sintamos, muchas veces, incómodos en todos lados, o lloremos por cualquier cosa ante el embole de los que nos rodean: -¡Qué angustia!
- Puede ser que, pensando que todo sigue igual, no nos demos cuenta que los otros siguen haciendo sus cosas, desarrollando su vida, creciendo, y entonces, frecuentemente importunemos, y el síntoma se agudiza si de vez en cuando te dicen que sos un/una metida. -¡Qué perplejidad!
-¿Cómo se cura esta enfermedad?. Parece que
no hay remedios todavía. Quizá en un futuro se vuelva la vista que hoy está
puesta en “lo joven”, y se valorice de nuevo la experiencia, el saber, el
trayecto recorrido. Mientras tanto parece que una dosis de cariño extra, puede
hacer milagros, en un entorno amable.
En cualquier entorno, es necesario
reconocer cuáles son las verdaderas necesidades del alma, que nunca envejecen,
y que posiblemente dejamos de lado hace mucho tiempo. De lo que nosotros
depende, es más que necesario hacer un balance actualizado de todo nuestro
recorrido valorizando nuestros logros, perdonando nuestros errores, y proponiendo
un camino que no se queda en:…antes
hacíamos esto o aquello… , lo que nos sumirá en la melancolía que nadie
quiere compartir, acaso ni nosotros. Buscarnos un lugar digno, alejarnos de lo
que lo impide, mirando las mismas cosas desde otros lugares, puede ayudar. Y
por supuesto cuidarnos para estar bien, y alejarnos de esas imágenes
terroríficas de enfermedad, soledad y abandono que tanto nos empiezan a
aterrar.
Y pensar que todavía nos queda mucho por
hacer, mucho por divertirnos de maneras que tenemos que encontrar por nosotros
mismos, sin sentirnos fuera de lugar o ridículos.
Esto quedó un poco dramático-¿No? Bueno,
nos queda todavía un largo camino para hacer que nuestra última etapa de la
vida, sea una etapa productiva que nos convierta en viejitos sabios.
Cristina Vispo
Mayo/2012.
No hay comentarios:
Publicar un comentario