miércoles, 30 de mayo de 2012

JUBILARSE ES UN EMBOLE…



Nunca pensé que un objetivo en la vida era la jubilación. He escuchado a mucha gente conocida o no, colegas y amigos ansiar el momento de jubilarse. En realidad, cada vez que escuchaba decir todo lo que iban a hacer cuando se jubilaran, todos los planes que tenían, a mí se me hacía como un vacío en el estómago, y simultáneamente pensar:-¿Cuáles eran mis planes? …Y un frío estremecimiento se apoderaba de mí y de mi pensamiento absolutamente blanco: ningún proyecto se asomaba ni un poco.
Mientras trabajé en varias cosas, en general en trabajos que me agradaron mucho, no pensaba ni remotamente que alguna vez esa situación terminaría y al fin me debería …¡JUBILAR!.  Así es que, poco a poco, fui acostumbrando a mi reacio pensamiento a aceptar la idea sin tanto terror:
JUBILARSE ES PASAR A LA SOMBRA DE UNO MISMO…
JUBILAR:del latín jubilare: licenciar, eximir, relegar, desechar, alegrarse, divertirse, gozar….
La “Enciclopedia ilustrada de la Lengua Castellana dice: JUBILAR: (del latín Jubilare), disponer que, por motivos de vejez, largos servicios o imposibilidad, y por lo general con derecho a pensión, deje de ejercer algún funcionario civil su carrera o empleo.//Por extensión, dispensar a una persona, por razón de sus años o decrepitud, de trabajos o cuidados que practicaba o eran de su incumbencia. // Desechar por inservible alguna cosa y no utilizarla más.// Alegrarse, regocijarse.//Conseguir o lograr la jubilación.
Como vemos los diccionarios pueden ser los libros más oscuros y ambiguos de dar significados. Parece contradictorio que a la vez que algo significa desechar, dejar de lado, por otro signifique alegría y júbilo, y que el origen de la palabra sea el mismo de esta última.

Muchos esperan con ansiedad el jubilarse. Otros no quieren saber nada de ello. Otros simplemente se dejan atrapar por los acontecimientos, entre ellos, la jubilación, que, por el simple transcurso del tiempo realizando un trabajo, simplemente,…llega.
Y es que la jubilación, o el retiro, como dicen en otros lugares, marca el fin de una etapa y el comienzo de otra, que es,  bastante diferente a otras, y muy importante en la vida.
Somos arrojados al mundo, y sujetados en la red constituida por la familia, cualquiera sea su constitución, los allegados, los que nos cuidan, velan por nuestra supervivencia en los primeros años, y, sin querer, nos modelan en costumbres que se manifiestan en cómo nos vestimos, lo que nos gusta comer, los juegos, los hábitos frente a los otros, ajenos a nuestro pequeño grupo primigenio. Después el grupo se va agrandando conforme crecemos y somos capaces de realizar cosas por nosotros mismos: salimos un poco afuera, jugamos en la calle o en la casa de otros, pertenecemos a un barrio, a un club, a una pandilla, a una escuela. En esos nuevos ámbitos nos seguimos modelando. Claro que no somos entes totalmente pasivos: podemos aceptar las reglas de los grupos, podemos rebatirlas, reaccionar, rechazarlas….
Podemos preguntarnos todo el tiempo. Puede ser que encontremos algunas respuestas. Puede que algunas no las encontremos. Puede que algunas las dejemos para después. Un después impreciso, que puede no llegar, que puede que posterguemos indefinidamente…
Es posible que, alrededor de la juventud,  la vorágine nos arrastre, y estemos tan ocupados que no tengamos tiempo para estar con nosotros mismos, y nos cueste quedarnos quietos y callados para pensar en estas cosas. En las cosas que pensamos desde que comenzamos a vislumbrar como es todo: el mundo, los seres humanos, el universo, el tiempo, la vida, las ideas, las religiones, dios, el amor, la muerte.
Cuando estudiamos, o trabajamos, o nos casamos y tenemos hijos, parece que estas cosas, quedan en segundo plano,  en suspenso, en pausa, pasan a una dimensión en sombra, porque la luz ilumina toda nuestra vida activa. A veces, si somos afortunados y tenemos algún excelente amigo del alma, podemos encontrar los pequeños espacios para hablar un poco de estas…cosas…, para después volver a la vorágine de nuestra vida cotidiana.
Y entonces…la vida nos absorbe con sus exigencias, conforme vamos modelando nuestra existencia, desenrollando nuestras decisiones pequeñas o grandes: estudiamos, trabajamos, conocemos  otras personas, nos casamos, tenemos hijos… A veces elegimos algunas cosas  y dejamos de lado otras, a veces privilegiamos el trabajo, o tener cierto “nivel de vida” o la familia, o el “éxito profesional” o los hijos. A veces les damos a lo que elegimos un sentido de misión… A veces tampoco tenemos el tiempo o no  nos damos permiso para seguirnos preguntando, y mucho menos para darnos algunas respuestas.  Mientras tanto, el tiempo transcurre, más ligero, más despacio, pero transcurre.
Y las preguntas que nos hacíamos quedan flotando levemente mientras estábamos ocupados. Las soslayamos, y a veces hasta creemos que no tienen importancia, que lo verdaderamente importante es lo que tenemos que hacer cada día. Otras veces las mantenemos en suspenso, sabemos de su extrema importancia, pero nos decimos que no tenemos el suficiente tiempo:-¡Son tantas las cosas que atender!
De una forma u otra, llega el día del retiro. Si tuvimos la suerte de hacer un trabajo que nos ha gustado, tanto como si no, nos llega la hora del retiro.
Puede ser que llegue porque no queda más remedio, por la edad, por memorando, o  porque lo planeamos cuidadosamente, llegar, llega…
Algunos, trabajan siempre pensando en la hora del retiro como el tiempo que podrán disponer de su libertad, como el paraíso recuperado, como el momento de la felicidad de no tener que trabajar más. Otros, a los que les gusta mucho el trabajo, tratan de no pensar como se sentirán cuando se retiren, porque atisban que va a ser muy difícil encontrarse en otra realidad: la de sí mismos en su vida privada. Y es que el trabajo es muy importante: ocupa mucho tiempo de nuestra vida y nuestros afanes, nos brinda la posibilidad de conocer gente, hacer amistades y lo más importante es que nos hace sentir útiles. Mientras trabajamos, somos, en mayor o menor medida, importantes.
Pero un buen día, nos despertamos y ya no tenemos que ir a trabajar. Los horarios que teníamos, ya no los tenemos. La rutina diaria se ha alterado: hay que volver a armar la trama de nuestra vida diaria. Al principio gozamos de algunos privilegios que antes nos privaban las obligaciones cotidianas: quedarnos un poco más en la cama, andar por la casa en pijama a la mañana, dormir la siesta, ver películas o televisión en horarios imposibles antes, salir cuando se nos ocurra…….Pero luego nos aburrimos. Vemos que esos placeres pequeños no son lo suficiente importantes para nosotros, que necesitamos algo más. Y comenzamos, si tenemos algunas ideas, a planear otras cosas, otras actividades que podemos hacer. ¡Si tenemos tanta pila todavía! Entonces, un poco racionalmente, un poco a ciegas, comenzamos a buscar cauces para dirigirla y que se pueda utilizar de modo constructivo, porque de otro modo es destructiva…

Entonces, empezamos a pensar de nuevo en nosotros y en las preguntas que habíamos puesto en pausa en nuestros años tan ocupados. Cada vez más fuerte escuchamos las preguntas que nos hacíamos, antes, cuando faltaba tanto, tanto para jubilarnos. Tomamos conciencia entonces que el periodo que nos espera no es fácil: ¡Es la última etapa de nuestra vida! Nada menos…
Nos guste o no nos guste, es nuestra última etapa. Que, como se dice en tantos lugares, libros, publicaciones y recetas autoayuda, puede ser una etapa plena, llena de riqueza, de nuevas experiencias, de goces exquisitos: pero no deja de ser nuestra última, ÚLTIMA, etapa….. Y mejor no hablemos si hemos sufrido descontento en nuestra vida productiva, o social o afectiva.
Jung aclara, en Lo inconciente, que esta etapa es como una adolescencia en cuanto a dificultad, pero con otras características: “De aquí que para muchos sea el tránsito de la fase natural a la fase cultural sumamente difícil y amargo. Muchos  se agarran de la ilusión de la juventud, o por lo menos, a sus  hijos, para de esta manera salvar todavía un poco de ilusión. Se advierte esto especialmente en las madres, ...y creen caer en un vacío sin fondo….No es de extrañar que muchas neurosis se presenten al empezar el otoño de la vida. Es una especie de segunda pubertad o segundo periodo de lucha, que suele sobrevenir acompañado por todas las tormentas….La aguja del reloj, no da vuelta para atrás; lo que la juventud encontró y hubo de encontrar fuera, debe encontrarlo dentro el hombre llegado a su otoño.” La oposición, como la llama Jung, nos vuelve a encontrar: consideramos de nuevo nuestros valores, a veces elegimos los opuestos, a veces comprobamos nuestro error en nuestras antiguas convicciones, reconocemos falsedad en nuestras anteriores verdades, y experimentamos sentimientos contradictorios: lo que antes amábamos, ahora cambia, y viceversa. Si aceptamos que existe una relatividad que tiene  que ver con lo energético, que siempre se basa en una relación de oposición, nos damos cuenta cuanta angustia genera este estado.
Nos damos cuenta que, por más bien que estemos, ya no somos jóvenes, y, a veces ya pasamos de ser maduros….Que la vida cotidiana es difícil de remontar pues no encontramos el lugar adecuado donde ubicarnos. Todo ello unido a una sutil diferencia en cómo somos escuchados, respetados, consultados, ahora que no hacemos “nada”, ahora que somos -¿qué? -¿Viejos? -¡Qué horror! Si no lo somos ya, pronto seremos: -¡Viejos!, con todo, TODO,  lo que ello implica.
Cada cual transitará esta etapa de modo diferente, ya que todos no llegan de la misma manera a ella. Algunos más contentos, con la sensación de haber cumplido nuestros deberes, algunos con objetivos de disfrutar lo que más se pueda, algunos con viejos problemas no resueltos que los vienen a buscar otra vez, algunos con una sensación de irrealidad se dejan llevar simplemente.
De cualquier modo, estemos re contentos, un poco medrosas, prudentes o nostalgiosos, nos vamos dando cuenta de varias cosas: el lugar que teníamos en la red de nuestro mundo anterior se ha alterado muchísimo. Empezamos a formar parte de otras que no habíamos ni reparado antes. Tenemos algunos privilegios, con la sola presentación del carné. Pero….. Si somos un poco susceptibles, nos damos cuenta que en algunos lugares no nos escuchan tan atentamente como cuando formábamos parte de un staff. Nos damos cuenta que otros hacen nuestro trabajo muy bien, y sentimos un poquito la sensación de estar desactualizados.
Algunos, los que se preguntan demasiadas cosas, sobre todo si son “algunas” mujeres que hemos hecho tantas, tantas cosas, mujeres que nos creíamos que teníamos que ser perfectas, mujeres que atendíamos todas nuestras obligaciones sin saber bien como lo hacíamos, empezamos a darnos cuenta que no sabemos muy bien lo que queremos, y nos sentimos agobiadas por el paso del tiempo que nos apura: Ya no tenemos tanto para derrochar, pero a la vez, si no pensamos claro, se nos escurre. Otra vez el tiempo. Nos damos cuenta que en la sociedad hay modelos para ser niño, niña, adolescente, joven, y adulto, mejores o peores, pero hay para elegir. Pero no hay para ser –¿qué? -¿Viejos, tercera edad, ancianos? ¡Ni locos! Somos personas con  experiencia, que aprendimos un montón de cosas antiguas que algunas veces todavía sirven, que aprendimos muchísimas cosas nuevas para poder seguir  participando, que todavía estamos aprendiendo, que queremos seguir en  el juego hasta que nos vayamos definitivamente.
Porque el juego no se acaba al jubilarse. Tenemos que fabricar el modelo de personas que queremos seguir siendo en esta etapa. Queremos seguir teniendo una voz que sea escuchada, entre tantas pavadas, opiniones sin fundamento, y frases sin coherencia. Nos sentimos importantes, pero muchos no se dan cuenta de ello, y a veces, tenemos que hacernos notar, sin que nos callen usando la palabra odiada por lo que significa en esta sociedad de los medios que apuntan a lo joven..
Y entonces puede sobrevenir el síndrome del jubilado, que se puede reconocer por los siguientes síntomas:
  • En los primeros tres meses después de la jubilación existe un estado  de euforia: no hay que ir a trabajar, no hay horarios, parece que una ola de libertad absoluta nos rodeara. -¡Qué felicidad!
  • Pasado este tiempo, una inquietud se apodera lentamente del jubilado: -¡Tengo que hacer algo  de nuevo, algo importante, algo que tenga que ver con mis sueños, con lo que quiero de la vida. Y puede suceder que, como no se tiene claro muy bien qué es lo que se quiere, cunda el pánico, aparezca de vez en cuando algún pico depresivo o de tristeza, que el jubilado trata, heroicamente de no mostrar a nadie.-¡Qué embole!
  • Paralelamente, un estado de súper-sensibilidad hace que por cualquier cosa nos enojemos, nos ofendamos, nos pongamos tristes, y actuemos como si tuviéramos doce o trece años de nuevo: Nos peleamos con los amigos de siempre, reaccionamos exageradamente ante cualquier reproche, o nos sintamos, muchas veces, incómodos en todos lados, o lloremos por cualquier cosa ante el embole de los que nos rodean: -¡Qué angustia!
  • Puede ser que, pensando que todo sigue igual, no nos demos cuenta que los otros siguen haciendo sus cosas, desarrollando su vida, creciendo, y entonces, frecuentemente importunemos, y el síntoma se agudiza si de vez en cuando te dicen  que sos un/una metida. -¡Qué perplejidad!
-¿Cómo se cura esta enfermedad?. Parece que no hay remedios todavía. Quizá en un futuro se vuelva la vista que hoy está puesta en “lo joven”, y se valorice de nuevo la experiencia, el saber, el trayecto recorrido. Mientras tanto parece que una dosis de cariño extra, puede hacer milagros, en un entorno amable.
En cualquier entorno, es necesario reconocer cuáles son las verdaderas necesidades del alma, que nunca envejecen, y que posiblemente dejamos de lado hace mucho tiempo. De lo que nosotros depende, es más que necesario hacer un balance actualizado de todo nuestro recorrido valorizando nuestros logros, perdonando nuestros errores, y proponiendo un camino que no se queda en:…antes hacíamos esto o aquello… , lo que nos sumirá en la melancolía que nadie quiere compartir, acaso ni nosotros. Buscarnos un lugar digno, alejarnos de lo que lo impide, mirando las mismas cosas desde otros lugares, puede ayudar. Y por supuesto cuidarnos para estar bien, y alejarnos de esas imágenes terroríficas de enfermedad, soledad y abandono que tanto nos empiezan a aterrar.
Y pensar que todavía nos queda mucho por hacer, mucho por divertirnos de maneras que tenemos que encontrar por nosotros mismos, sin sentirnos fuera de lugar o ridículos.
Esto quedó un poco dramático-¿No? Bueno, nos queda todavía un largo camino para hacer que nuestra última etapa de la vida, sea una etapa productiva que nos convierta en viejitos sabios.
Cristina Vispo
Mayo/2012.













…..ILARSE ES PASAR A LA SOMBRA DE UNO MISMO...