Obcecada., la
tristeza no se va.
Parece que se
disipa, a veces.
Pero no.
Se va quedando en
los resquicios
Entre los músculos
que se van tensionando.
En la sangre, que
no corre tan fluidamente como ayer.
En los ojos, como
un velo translúcido.
En la voz
entrecortada.
En los huesos, en
la linfa,
En las
articulaciones que crujen.
En las sombras que
te acechan.
En el tiempo que
transcurre indiferente
En la desesperada
búsqueda de consuelo
En las
suposiciones grises
En los
pensamientos amargos
En las percepciones
apagadas
En el pasado que
terco, no se despega
Se arrincona a
veces, para pasar desapercibido
Y en cualquier
momento como un virus
Se hace presente,
y crece, crece.
La tristeza no se
va.
No bastan las
risas de todos los niños felices,
No bastan los
juramentos de los enamorados,
Ni las excursiones
de los amigos,
Ni las buenas
obras de asociaciones de caridad,
Para contrarrestar
todo el dolor acumulado.
Todas las
injusticias, todas,
Todas las muertes
inútiles,
Las persecuciones
políticas o religiosas,
Y las guerras, y
el humo, y los fuegos
Y el hambre, la
enfermedad, las epidemias,
Y los resplandores
nucleares,
Y los miles de
actos inhumanos cotidianos
Cada vez
multiplicados.
No basta todo el
amor del mundo.
La tristeza:
No se va.